8 de Octubre del 2005
Jacobo no quiere someterse a un orden ya establecido por su familia. Trata a
través de sus silencios y gestos hoscos, de hacer frente a toda la artillería
de palabras, insultos, sobornos y chantajes que caen sobre él. Resiste a los
embates de una madre que se hace la víctima y de un padre que lo denigra y que
amenaza abandonar el hogar si él no cambia. Su hermana, mediante la utilización
de “veintisiete palabras”, hace torcer su actitud o al menos eso parece. A
partir de ahí a Jacobo se le presentará una muchacha para que se case. Al
principio la rechazará porque no es demasiado fea, pero luego irá descubriendo
que ella está en el mismo estado de sumisión que él. Ellos dos terminarán
enamorándose y amándose – a su manera, por supuesto- con la desaprobación de
ambas familias.
La obra muestra como la sociedad –en este caso representada por el núcleo
familiar- censura, juzga y oprime a quienes quieren romper órdenes y mandatos
ya establecidos. También se observa: como a los ancianos se los deja de lado y
no se los escucha, que los adultos se aferran a cánones que no pueden o no
quieren romper y a la juventud como única esperanza para cambiar el mundo, con
su lirismo y rebeldía.
Al ilógico y absurdo mundo de Ionesco, la directora Elvira Onetto
le da una vuelta más de tuerca: todos los roles son representados por jóvenes
mujeres y el personaje de la muchacha es interpretado por tres actrices a un
mismo tiempo. Esta elección de la directora permite crear juegos, contrapuntos
y situaciones ambiguas que amplían las lecturas del texto original. Ubicó a los
personajes en un ámbito oscuro y sórdido y condujo en forma brillante a sus
jóvenes actrices a un registro de actuación de una intensidad poco frecuente.
Se destacan en este buen elenco: Belén Amada (Jacobo), Sol Nava (Jacobo madre),
María Carolina García (Jacobo padre) y Verónica Altieri (Abuelo Jacobo) esta
última es una actriz de una graciosa gestualidad.
La planta escenografica se compone de: cinco sillas de color gris, dos enormes
marcos dorados colgados del techo, una araña con lámparas con filamentos
rojizos, un lienzo blanco colgado en diagonal a la izquierda del espacio que
oculta otro pequeño marco dorado y una salamandra.
El vestuario es muy bueno. A las familias se eligió vestirlas con ropas de
colores marrón y negro que contrastan con el ceñido ambo de color azul
eléctrico que usa Jacobo y el vaporoso vestido ocre de la muchacha.
Las luces crean climas opresivos cuando Jacobo se enfrenta a su familia y oníricos
cuando Jacobo y su novia se entregan al amor.
Esta puesta en escena de “Jacobo o la sumisión” es una muy buena oportunidad
para acercarse al mundo del genial dramaturgo rumano.